Ocho Pares

 

La fotografía como disciplina y expresión artística, heredera de 174 años de esfuerzos y logros creativos, se presenta como un referente obligado al momento de reflexionar y replantear el futuro de las artes visuales contemporáneas, estimuladas por la emergencia e incorporación de las nuevas tecnologías, especialmente las digitales.

El pensamiento teórico y estético que ha acompañado su desarrollo histórico, concluyen en su particular y potente efecto deconstructor de las concepciones estéticas tradicionales y académicas. Justamente es esta facultad la que la autoriza a participar, en puesto seguro y de avanzada, en la extensa y generosa carrera de cambios que están por venir en el campo del arte.

En particular, el desafío de la interacción entre las distintas disciplinas artísticas, que se presenta con fuerza avasalladora en los circuitos productivos de avanzada, se reconoce desde hace un tiempo en la expresión fotográfica, lista y preparada para ampliar su horizonte de vinculación y asociación creativa.

Por cierto, no se trata de una simple interacción tecnológica o instrumental, entre otros contenidos, implica la memoria patrimonial de las diversas artes, por lo menos aquella que continuamente se descubre como posible de hacer dialogar tanto con los nuevos soportes como con las nuevas maneras de hacer y concebir el proyecto artístico. Al interior de la misma fotografía por ejemplo, un procedimiento tan delicado y artesanal como la elaboración de emulsiones del tipo goma bicromatada o cianotipo, no se resisten, ni deberían hacerlo, a la vinculación posterior con los sistemas de manipulación digital.

 

 

Como siempre, todo está en la intención y añadamos con énfasis, en la adopción de criterios de producción y concepción estética afianzados generosamente al momento presente. Es dentro de este amplio marco conceptual donde se debe contemplar el trabajo de los artistas visuales que aquí se presentan. Es el caso de Miriam Silva, quién concentrándose en los efectos lúdicos de la fragmentación aprehende su mundo familiar representado por el o los cuerpos a los cuales genética y biográficamente se debe, transformando en objeto depurado la carne y la piel del afecto, conservadas en el oficio de la imagen, propuestas a lo demás como ejercicio de análisis, que desde lo aparentemente abstracto y racional, particularmente se resuelve con un sabor evocativo y nostálgico.

 

 

 

 

 

Por su parte, Djalma Orellana investiga el mundo de las apariencias, el simulacro retratístico preparado a través de una cámara que capta el momento justo en que aparece la ficción, engañosamente obvia e informal en algunos de sus personajes, elaborada y secreta en aquel -que por convención fetiche-, uno más confía. A través de un prolijo montaje su trabajo incita y provoca con un juego entre texto e imagen que no alcanza a resolverse por su profunda ambigüedad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pedro Sáez investiga las fronteras y conflictos entre cuerpo arquitectónico y cuerpo fotografiado. Representa por medio de un estrecho vínculo entre imagen y paisaje el carácter matemático, abstracto y económico del hábitat mortuorio. Sin disminuir el anterior efecto, al mismo tiempo nos ofrece una panorámica analítica y documental de las diferencias, sugerentes de clasismo, en el tratamiento territorial y social de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También el tema de la muerte y la fragilidad de la existencia asume el protagonismo en la obra de Rosa Miranda. Sin embargo, desde otro punto de vista y a través de una lírica propuesta narrativa nos ofrece la bitácora de la lucha y resistencia frente a una empecinada enfermedad. La simbología temporal y la iconografía médica presente en la serie acentúan de sobremanera el estado de crisis vital de un pequeño e infantil cuerpo, del cual reconocemos algunas huellas, depósitos de vida al fin y al cabo, de su irremediable final.

 

 

 

 

 

 

 

Para Mauricio Donoso el cuerpo ajeno, especialmente el femenino, representa la esencia de sus preocupaciones temáticas y visuales. Justamente es esta visualidad la que aprovecha al desnudo como fuente de las más concentradas maniobras compositivas, haciendo del mismo un lenguaje depurado a través de la fotografía, código extraordinariamente provechoso al momento de exponer el erotismo de su mirada, condicionada por un sutil y aterciopelado voyerismo.

 

 

 

 

 

 

 

La manipulación visual y el estado de incertidumbre ofrecido por sus construcciones visuales constituyen los dos aspectos a considerar en la producción de Ricardo Blanco. Alentado por obsesiones personales en torno al misterio de conciencia ofrecido por algunas imágenes, su propuesta intenta develar el diseño de las mismas, tratando de construir, experimentalmente, estímulos visuales que posean un contenido similar.

 

 

 

 

 

 

Álvaro Márquez construye su trabajo a partir de su propia mirada, literalmente. Las secuencias modulares que nos ofrece representan la adaptación de la cámara fotográfica a su ojo, a la medida de su trastorno ocular. Miopía, astigmatismo y estrabismo enferman al objetivo fotográfico, el fuera de foco, de cuadro y el movimiento son los resultados aproximados. El carácter biográfico de un día rutinario hace el resto, a partir de un fragmento arbitrariamente elegido, el espectador tiene la posibilidad de doblar la esquina junto con el fotógrafo o ver lo que quiera ver, el dispositivo de montaje está abierto para múltiples recorridos.

 

 

 

 

 

 

 

La instalación de un diseño apropiado al carácter provocativo de su imaginería preocupa especialmente a David Román, la cual emerge de un largo historial y recopilación iconográfica. La combinación de objetos, textos e imágenes también representa un motivo extensamente desarrollado, el exceso, que en la relación justa con las temáticas propuestas, ofrece un espectáculo generoso en sus repercusiones interpretativas.

 

 

 

 

 

Germán González